La
ciudad que viste de rojo
“Apúrate”, me dijo mi hermana mientras agarraba mi
maleta que paseaba por las correas del aeropuerto de Ámsterdam. Ansiosa por
conocer la ciudad, agarre la maleta con ambas manos y la tiré al piso de un
solo golpe para salir corriendo detrás de mi hermana. Era algo impactante e
imponente el aeropuerto.
“Mira, eso se lo
podemos comprar a Meme”, decía mi cuñado mientras me señalaba unas semillas de
girasoles que vendían en el aeropuerto. Estaba impresionada por todo lo que
había en el aeropuerto y lo único que le respondí fue: “Cómprale lo que quieras
a mi mamá”. Éramos un grupo de jóvenes que tenían entre 17 y 23 años.
Salimos medio
rápido del aeropuerto en shorts y franelillas, ya que era época de verano y
veníamos de la ciudad de Barcelona donde el calor era insoportable. Cuando
pusimos el primer pie fuera, entramos de nuevo corriendo temblando del frío.
Nos quedamos un poco extrañados, ¿cómo es que en verano hace un frío tan infernal
en Ámsterdam? , no nos importó, ya que teníamos que estar en el hotel a las 12 para
la reservación.
Corriendo por
aquellas calles, entramos a muchas tiendas a comprar suéteres para que
pasáramos más o menos el frío, hasta que finalmente llegamos al caluroso hotel.
Hicimos el check in y cuando ya estábamos preparados para subir a
nuestras habitaciones, nos dijeron que nuestra habitación estaba en otro
edificio que estaba cerca de ahí. Salímos de nuevo, esta vez ya nos habíamos
preparado, ya que mientras hacíamos el check
in, nos íbamos cambiando en grupo en los baños.
Llegamos a
nuestra habitación, dejamos las maletas y salímos a conocer la ciudad. Es una
ciudad realmente bella, así como en las postales. Llena de flores, el río
Amstel recorre toda la ciudad, las calles con ladrillos un poco antiguas, las
personas paseando en bicicleta, la comida era divina; todo parecía una foto de
postales, pero dentro de su belleza, las tiendas de Kama Sutra, era lo que más
resaltaba y más se llenaba de personas.
Hicimos un
recorrido por todo el centro de Ámsterdam y después llegamos a la fábrica de la
famosa cerveza Heineken, como a 20
minutos del centro. Hicimos, ahí mismo, cerca de la fábrica, un recorrido por
el río Amstel. No fue muy impactante ni muy divertido, pero sí fue algo
relajante después de tanto ajetreo cuando llegamos.
Se iba haciendo
de noche y ese hermoso panorama iba cambiando poco a poco, la ciudad se iba
vistiendo de rojo. Por las vitrinas se exhibían mujeres de todas las edades,
raza, tamaños, etc., los coffee shops
se iban llenando de jóvenes y adultos. La belleza de la ciudad se había
convertido en una locura. Las personas drogadas por las calles, las mujeres
desnudas en las vitrinas rojas que iluminan toda la ciudad. Esto sí fue
realmente impresionante.
La gente era completamente diferente a la que vimos
cuando llegamos. Después de recorrer de noche todo, llegamos de madrugada a la
habitación un poco impactados por todo lo que vimos. Nos tomamos una cerveza y
nos acostamos a dormir para el próximo vuelo. Fue una experiencia muy extraña,
creo que no volvería a aquella locura, pero no me arrepiento de haberla vivido.