miércoles, 22 de enero de 2014

Crónica

La ciudad que viste de rojo

“Apúrate”, me dijo mi hermana mientras agarraba mi maleta que paseaba por las correas del aeropuerto de Ámsterdam. Ansiosa por conocer la ciudad, agarre la maleta con ambas manos y la tiré al piso de un solo golpe para salir corriendo detrás de mi hermana. Era algo impactante e imponente el aeropuerto.

“Mira, eso se lo podemos comprar a Meme”, decía mi cuñado mientras me señalaba unas semillas de girasoles que vendían en el aeropuerto. Estaba impresionada por todo lo que había en el aeropuerto y lo único que le respondí fue: “Cómprale lo que quieras a mi mamá”. Éramos un grupo de jóvenes que tenían entre 17 y 23 años.

Salimos medio rápido del aeropuerto en shorts y franelillas, ya que era época de verano y veníamos de la ciudad de Barcelona donde el calor era insoportable. Cuando pusimos el primer pie fuera, entramos de nuevo corriendo temblando del frío. Nos quedamos un poco extrañados, ¿cómo es que en verano hace un frío tan infernal en Ámsterdam? , no nos importó, ya que teníamos que estar en el hotel a las 12 para la reservación.

Corriendo por aquellas calles, entramos a muchas tiendas a comprar suéteres para que pasáramos más o menos el frío, hasta que finalmente llegamos al caluroso hotel. Hicimos el check in  y cuando ya estábamos preparados para subir a nuestras habitaciones, nos dijeron que nuestra habitación estaba en otro edificio que estaba cerca de ahí. Salímos de nuevo, esta vez ya nos habíamos preparado, ya que mientras hacíamos el check in, nos íbamos cambiando en grupo en los baños.

Llegamos a nuestra habitación, dejamos las maletas y salímos a conocer la ciudad. Es una ciudad realmente bella, así como en las postales. Llena de flores, el río Amstel recorre toda la ciudad, las calles con ladrillos un poco antiguas, las personas paseando en bicicleta, la comida era divina; todo parecía una foto de postales, pero dentro de su belleza, las tiendas de Kama Sutra, era lo que más resaltaba y más se llenaba de personas.  

Hicimos un recorrido por todo el centro de Ámsterdam y después llegamos a la fábrica de la famosa cerveza Heineken, como a 20 minutos del centro. Hicimos, ahí mismo, cerca de la fábrica, un recorrido por el río Amstel. No fue muy impactante ni muy divertido, pero sí fue algo relajante después de tanto ajetreo cuando llegamos.


Se iba haciendo de noche y ese hermoso panorama iba cambiando poco a poco, la ciudad se iba vistiendo de rojo. Por las vitrinas se exhibían mujeres de todas las edades, raza, tamaños, etc., los coffee shops se iban llenando de jóvenes y adultos. La belleza de la ciudad se había convertido en una locura. Las personas drogadas por las calles, las mujeres desnudas en las vitrinas rojas que iluminan toda la ciudad. Esto sí fue realmente impresionante. 

La gente era completamente diferente a la que vimos cuando llegamos. Después de recorrer de noche todo, llegamos de madrugada a la habitación un poco impactados por todo lo que vimos. Nos tomamos una cerveza y nos acostamos a dormir para el próximo vuelo. Fue una experiencia muy extraña, creo que no volvería a aquella locura, pero no me arrepiento de haberla vivido.

miércoles, 15 de enero de 2014

Crónica

La vida de las calles

"¡Pasa por aquí, preciosa!”, “¡Bella tú y bello el carro!”, “¿Estoy en el cielo? ¡Estoy viendo en ángel pasar!". Esas son algunas de las frases que se escuchan a cualquier hora del día en la avenida Guayana en Los Símbolos por el conocido parkero de la zona. Giovanni, así se llama el personaje, es un hombre moreno, bajito, flaco, de un aspecto muy sucio que a veces está ebrio o drogado y rara vez está sobrio porque dice que quiere cambiar.

Tiene un perro llamado “Calle”, que también es conocido por todos en la zona y que por cierto es muy querido, que lo acompaña a todos lados. “Calle y yo tenemos un estilo de vida muy extremo”, comenta. Cuenta que llegó a esta zona por cosas de la vida y porque ya estaba cansado de patear por varias zonas de Caracas porque el viene desde La Guaira. “Un día estaba parkeando unos carros de aquí y Cucho, el dueño de la panadería, me botó como un perro cochino, pero poco a poco le fui demostrando que era un tipo de bien que no quería joder a nadie, no es lo mío pues, yo solo quería trabajar y un día me dijo que me quedara pero que no hiciera nada malo porque me iba a botar de aquí”.

Le dieron un chaleco de parkero para que hiciera su trabajo, pero que cuando hace algo malo, lo castigan quitándoselo por unos días. “Cuando le quitamos el chaleco le afecta mucho y se siente avergonzado. Se siente como un niño cuando lo regañan y poco a poco ha ido cambiando. Ya no se mete en tantos problemas como antes”, dice el dueño de la panadería.

Lleva, aproximadamente, unos 6 años en la zona parkeando los carros que van a la panadería o a la clínica que se encuentra en frente. Los vecinos de la zona ya lo conocen, e incluso, le tienen cariño, aunque dice que muchos lo tratan como un malandro y que eso le molesta porque él no es ningún malandro. “Yo respeto burda, oíste, entonces en bien chimbo cuando viene un becerro y me dice malandro. A ese no le cuido ni le parkeo un carajo, además, esos son los típicos pichirres que te dan una propina de dos bolos, como si con eso comiera mucho”.

 “A Calle y a mí nos toca duro”, dice. “Tenemos que pararnos a las 6 de la mañana a parkear los carros y a cuidar a mi gente, porque esta es mi zona, y tengo que trabajar que jode para poder comer”. Está feliz de vivir y trabajar en un lugar donde, apartando a las personas que lo tratan mal, lo ayudan y muchas veces le dan de comer. Dice que está muy agradecido con Cucho, porque lo ayudó mucho y gracias a él, cambió.

“Esto no es fácil, niña. Dormir en la calle no se lo deseo a nadie y por cosas que nunca debí hacer es que estoy aquí, pero no me puedo quejar. Tengo mi casita ahí con Calle y nunca hemos dejado de comer, gracias a Dios”.

miércoles, 8 de enero de 2014

Crónica

Navidad a lo caraqueño

Navidad, para muchos caraqueños, incluyendome, es una de las fiestas más esperadas del año por los tantos rituales y tradiciones que  existen durante la festividad en la ciudad. El ambiente navideño se empieza a sentir a finales del mes de noviembre cuando las gaitas y los acostumbrados intercolegiales, se apoderan de la mayoría de las emisoras. Además de de estos eventos, se ven por las calles de Caracas las pancartas invitando a los ciudadanos a las diferentes ferias navideñas que se hacen en los centro comerciales, en el Poliedro, Ateneo de Caracas y otros lugares, donde se puede encontrar desde ropa hasta mascotas.  Es el lugar perfecto para comprar el detallito del intercambio del amigo secreto o comprar los regalos para la noche del 24.

Es así como el primer día del mes de diciembre, el Cerro Papelón ubicado en  El Ávila se encarga de darle la bienvenida a la navidad con el encendido de la Cruz del Ávila. La tradicional cruz está encendida hasta el 6 de enero con la llegada de los Reyes Magos. Esta costumbre ha estado en la ciudad desde hace 50 años y los caraqueños esperan la fecha con mucha emoción.

A medida que transcurren los días, caraqueños recorremos las calles de Las Mercedes , que durante las fechas de la festividad pequeños comerciantes ofrecen desde los pinos canadienses hasta una variedad de accesorios navideños. Los primeros días de diciembre se ven por todas las autopistas de Caracas los carros con los pinos amarrados en los techos con cabullas. Muchos edificios se ven decorados desde los balcones de los apartamentos con luces que titilan, santas escalando o las tradiocionales flores navideñas. En las casas, las personas se encargan de decorar las entradas con muchas luces y desde la ventana se pueden ver los árboles llenos de luces, muñequitos y una estrella gigante en la punta.

Los comercios se visten de rojo, verde y dorado, en las panaderías se empieza a ver el “panettone” y el olor de los recién horneados panes de jamón que deleitan el paladar de las personas en esas fechas y que los 24 y 31 de diciembre no pueden faltar en sus mesas para las cenas de dichas fechas.  Además no se puede olvidar el cochinito en las bombas de gasolinas y los empleados de los comercios que los colocan en las vitrinas y que a medida que el billete  que se mete en el cochino decorado con gorrito rojo y blanco sea de mayor categoría, se escucha un grito estupendo, que me encanta escuchar, que dice: “20 bolívares para el cochino” y el resto de los empleados gritan con mucha fuerza: “Graciaaaas.”

También se siente un ambiente de generosidad en la que grandes empresas, bancos y fundaciones le brindan sonrisas y regalos a personas de bajos recursos, niños en hospitales, etc. La llegada de Santa a estos lugares hace que estas personas estén llenas de alegría.

Algo que no se puede pasar por alto son las ricas hallacas y bollos que, según la región que venga la persona que los realiza, el guiso que los rellena es diferente. Las familias se reunen para la realización de los mismos. Unos limpian las hojas con las que se envuelven, otros preparan la masa,  el que tiene la sazón prepara el delicioso guiso, pero sin lugar a dudas, el trabajo más difícil en esta labor, por lo menos para mi, es amarrarlos. No deben estar muy apretados, pero tampoco muy sueltos. Es una tarea que debe realizar la persona que lleva años de experiencia amarrandolos para que queden perfectos.

Para la primero gran noche de la época, la noche del 24, fecha que todos amamos por los regalos, muchas familias y amigos se reunen a celebrar el nacimiento del niño Jesús. La cena puede variar un poco dependiendo de las costumbres de las familias. Particularmente en mi familia, la cena es algo diferente. La comida italiana sale a relucir esta noche. Un gran pasticho, pasta con diferentes salsas, unos deliciosos dulces italianos y pan de jamón, bacalao y pavo, pero en otras familias, lo venezolano es los que abunda en la cena de noche buena. Todos después de comer el gran banquete esperamos con mucha emoción que sean las 12 de la noche para gritar todos juntos: “Feliz navidad”, y con grandes sonrisas abrazar a nuestros familiares y amigos , y para finalmente abrir los regalos, parte favorita de muchos como yo. La mañana del 25, muchos se ven felices por los regalos que les trajo el niño Jesús durante la madrugada.

La segunda gran noche del mes es la del 31. Día en el que un año se va y otro empieza. Día en el que muchas tradiciones venezolanas como salir con la maleta, comer lentejas, usar ropa interior amarilla, entre otras, se ven en los diferentes hogares. Las uvas no pueden faltar, vinos, grandes deseos y propósitos para este día. Al igual que el 24, las cenas varian, reuniones y fiestas por toda la ciudad esperando con ansias las 12 campanadas, para nuevamente abrazar con alegría a nuestros familiares y amigos y gritar todos: “Feliz año nuevo”,  escuchar los fuegos artificiales y empezar un nuevo año con alegría y grandes metas.